Investigaciones especiales

¿Crisis o renovación del sindicalismo? Un repaso por las teorías y opciones estratégicas

Parte III y IV: Ideólogos del neoliberalismo contra sindicatos

La historia y teoría económica, han demostrado que la pugna entre los dueños del capital por la supremacía en la conducción del modo de producción capitalista es permanente. Por supuesto, esta disputa también se manifiesta en la esfera teórica e ideológica.

Una evidencia de este aserto se encuentra en la contraofensiva emprendida por los forjadores más distinguidos de la ideología y del programa neoliberal como Ludwig Heinrich Edler von Mises (economista, historiador y filósofo liberal), Friedrich Hayek (economista, jurista y científico social) y Milton Friedman (economista e intelectual), quienes, desde fines de 1930 hasta la fecha, han ejercido una poderosa influencia en el “movimiento libertario” que promueve el libre mercado, la supremacía de la teoría monetarista, la democracia liberal y la “sociedad abierta”. La estrategia, por lo demás, en los momentos más álgidos giró en torno a dos objetivos: demoler el socialismo y aniquilar cualquier vestigio del keynesianismo.

Hayek, en los ensayos “Sindicatos, inflación y beneficios” y “El trabajo y los sindicatos obreros”, publicados en 1959, así como “El Paro y los Sindicatos en los años ochenta. El falseamiento de los precios relativos por el monopolio del mercado de trabajo” (1980), expone los argumentos más importantes de la escuela neoliberal en contra del movimiento y “monopolio sindical”.

A partir del análisis del poder de los sindicatos ingleses y norteamericanos (de 1880 del s. XIX y 1940 del s. XX), puso de relieve los efectos de la acción sindical cuando rebasa los límites impuestos por el Estado de Derecho (una metáfora muy socorrida por el lenguaje neoliberal para eludir la alusión al libre mercado) y elaboró una serie de supuestos que hoy siguen nutriendo la ideología capitalista en su cruzada antisindical.

En términos generales, en su afán de borrar las políticas keynesianas como sustento de la economía capitalista y de anular los avances de la “planificación económica”, el “colectivismo” y el “totalitarismo” instaurados por el socialismo soviético (Camino de servidumbre, 1994), Hayek atribuyó la decadencia de Inglaterra (a partir de 1870) a la dificultad de los empresarios de negociar la moderación de las demandas de los obreros (“pliego de peticiones”) con los dirigentes sindicales, frente a lo cual propuso terminar con las prerrogativas sindicales.

De acuerdo con el pensador austriaco: “No puede haber salvación para Inglaterra mientras no se revoquen los privilegios concedidos a los sindicatos hace tres cuartos de siglo. No hay duda de que los salarios reales medios de los trabajadores ingleses serían más elevados, y serían mayores sus oportunidades de encontrar empleo, si los salarios que se pagan en las diferentes ocupaciones volviesen a estar determinados por el mercado y si se eliminasen todas las limitaciones al trabajo que se permite hacer a un individuo”.

En el segundo estudio, abiertamente señala:

“En ningún lugar ha sido tan ostensible la posición de privilegio de los sindicatos como en Inglaterra, donde la Ley de Conflictos Laborales (Trade Dispute Act), de 1906, eximió <a los sindicatos y a sus servidores de toda responsabilidad civil, inclusive por la comisión de faltas más graves, otorgando, en suma, a cualquier sindicato un privilegio y protección no poseído por ninguna otra persona o grupo de personas físicas o jurídicas>”.

Sin rodeos, en los escritos anotados, Hayek:

  • Estableció el principio (falso en la opinión de los economistas keynesianos) de que el aumento de los salarios (otorgados gracias a la presión sindical) inevitablemente provoca un ascenso continuo y progresivo de la inflación y el desempleo;
  • Arguyó que el poder de los sindicatos no proviene del ejercicio del legítimo derecho de asociación, sino de los privilegios que han obtenido de la legislación y de la renuncia del Estado a asumir la responsabilidad de erradicar la aplicación de la fuerza entre los ciudadanos;
  • Subrayó que los sindicatos constituyen una amenaza para una “sociedad libre”, pues legalmente están autorizados para monopolizar y usar la intimidación para excluir a otros trabajadores (los no sindicalizados) del mercado de trabajo; y,
  • Sostuvo que solo los mercados poseen atributos adecuados para regular el mundo laboral, por lo tanto la organización colectiva de los trabajadores era incompatible con la libre competencia.

En el “Capítulo XVIII. El trabajo y los sindicatos obreros”, del libro Los fundamentos de la libertad (1959), entre otras reflexiones, Hayek escribió:

  • “Para que la sociedad libre persista, no puede permitirse que un monopolio emplee la fuerza física para mantener su posición privilegiada y para amenazar con privar al público de unos servicios esenciales que puedan y están dispuestos a prestar otros trabajadores”.
  • “De una situación en la que los sindicatos podían hacer bien poco dentro del ámbito de la legalidad, si es que no les estaba prohibida cualquier actuación, hemos llegado a una situación en que las asociaciones obreras se han convertido en instituciones privilegiadas a las que no se aplican las reglas generales del derecho”.
  • “Aunque los flagrantes abusos de poder por parte de los sindicatos han irritado con frecuencia a la opinión pública en época reciente y aunque el sentimiento pro sindical más bien declina, el público, hasta ahora, no se ha dado cuenta de que la tesis legal vigente es básicamente errónea y que el fundamento entero de nuestra sociedad libre se halla gravemente amenazado por los poderes que los sindicatos se han arrogado”.
  • “Aun cuando es notorio que los sindicatos, con su política de salarios, han logrado mucho menos de lo que se cree, la acción sindical en dicho campo es, sin embargo, perniciosa en extremo desde el punto de vista económico y altamente peligrosa desde el político. Las asociaciones obreras utilizan su poder de tal suerte que conduce al aniquilamiento del mercado y a que la actividad económica quede bajo su control”.

Sobre éstas y otras premisas, si bien tuvo el acierto de denunciar (como lamentablemente sucede en la actualidad en el sindicalismo oficial –“charro”–, de protección e, incluso, en el independiente) los vicios y las prácticas de las organizaciones sindicales de recurrir a la afiliación obligada de los trabajadores, al uso de la fuerza para impedir la contratación de quienes no admitan las cláusulas de “seguridad sindical” (léase, exclusión) o, a la utilización de “brigadas de choque como instrumento de intimidación” contra los trabajadores o empresarios; sus recomendaciones son francamente inaceptables para quienes estamos convencidos sobre la potencialidad de estos actores para la construcción de naciones efectivamente desarrolladas, prósperas, justicieras y democráticas.

Desde esta perspectiva, es inadmisible: su invocación (implícita) al Estado (al cual atribuye el fracaso de controlar al sindicalismo) para aplicar acciones de fuerza contra quienes, desde su visión, perjudican a los consumidores e influyen en el comportamiento de los precios; el consejo de estipular disposiciones en los convenios (hoy llamados contratos colectivos o condiciones generales de trabajo) la abdicación o la ilegalidad del derecho de huelga, pues con esta herramienta el sindicato prácticamente “puede expropiar al propietario y casi obligarle a renunciar a las utilidades del negocio”.

Es igualmente absurda la tesis consistente en que la política de flexibilidad laboral, de contención salarial y el deterioro de los derechos sociales, son fórmulas eficaces para frenar la crisis de la tasa de ganancia, la quiebra de las empresas, el crecimiento del desempleo o, en el caso del sector público, el desastre fiscal del Estado.

Por su parte, en Capitalismo y libertad (1962), Milton Frieman, en un alarde de prestidigitación intelectual, por un lado, responsabiliza a los sindicatos como una de las fuentes de la desigualdad en el mundo laboral; por otro, cuestiona la “tendencia a exagerar la importancia del monopolio en el sector obrero”, dada la escasa tasa de afiliación de los sindicatos, su ineficacia y sus limitaciones para influir “en la estructura de los salarios”.

Apunta que “cuando hay un sindicato, los aumentos de salarios se consiguen por medio del sindicato, aunque es posible que no se hayan conseguido como consecuencia de la organización sindical”; no obstante, reconoce que éstos “juegan un papel en la determinación de los salarios, distintos a los que habría establecido el mercado por sí solo”.

Pero el problema, precisa el Premio Nobel de Economía (1976), es que el sindicato sólo obtiene la mejoría para un pequeño porcentaje de trabajadores a los cuales representa y, debido a esta situación, el aumento salarial concedido a quienes laboran en una ocupación o industria específica, termina provocando la disminución de la cantidad de empleo disponible, lo cual –a su vez– influye en la baja de salarios de otras ocupaciones.

Como consecuencia, para la teoría neoliberal, la acción sindical en realidad ocasiona mayor desigualdad e injusticia. En palabras de quien fuera asesor económico del dictador chileno Augusto Pinochet, e inspirador de las políticas económicas de Margaret Hilda Thatcher y Ronald Reagan:

“Como generalmente los sindicatos más fuertes se encuentran entre los grupos que habrían estado mejor pagados en cualquier caso, su efecto ha sido el hacer que los obreros bien pagados estén aún mejor pagados, a expensas de los obreros mal pagados. Por tanto, los sindicatos no solamente han perjudicado al público en general con sus manipulaciones, sino que, al reducir las oportunidades disponibles a los obreros afortunados, han creado desigualdades en los ingresos de la clase trabajadora”.

Todo este repaso, entre otras cuestiones, permite deducir que para Friedman los sindicatos al proteger (imaginariamente) a los trabajadores conquistando salarios más elevados, solo restringen la entrada de otros obreros o empleados a una ocupación o industria. Un sindicato, abunda, reduce el número de puestos de trabajo en el sector que controla. Personas a quienes les gustaría obtener alguno de esos empleos al salario establecido por el sindicato, no pueden conseguirlo y se ven obligadas a buscar en otro sector. Con ello, según este razonamiento, también propician desempleo e inopia de los salarios.

Para el “padre” de la Escuela de Chicago, lo que hace el sindicato es disminuir la oferta de mano de obra de la industria por medio de trabas legales. Con ello, en los hechos protege a un grupo privilegiado afiliado al sindicato y perjudica a quienes buscan trabajo pero no logran obtenerlo por carecer del permiso correspondiente. De esta manera, los supuestos privilegios de la minoría afiliada, generan costos más altos de los de mercado, lo que afecta tanto a los trabajadores no sindicalizados como a los consumidores. En el caso del sector público, dice, los salarios más altos se logran a costas del contribuyente, pero ello no necesariamente se traduce en la provisión de servicios de calidad a los usuarios y a la sociedad.

En otro ícono bibliográfico del neoliberalismo, “Libertad de elegir” (1979), Milton y Rose Friedman, despliegan su pensamiento en torno a la libre empresa, a la productividad, al trabajo, los salarios mínimos, los sindicatos, los empleados gubernamentales y la relación de sus organizaciones con el Estado.

Concretamente, en el Capítulo 8. ¿Quién protege al trabajador?, luego de abundar acerca de la desigualdad presuntamente estimulada por los sindicatos en el mercado de trabajo y de criticar –con toda razón– los abusos de los dirigentes sindicales que actúan en beneficio propio a expensas de los afiliados, obteniendo prerrogativas individuales, simulando la defensa de los intereses de sus representados o malversando fondos del sindicato; los Friedman revelan el verdadero objetivo estratégico del neoliberalismo: imponer un mercado libre (libre empresa) como la mejor y única opción para el funcionamiento adecuado de la economía, la organización de la sociedad y del sistema político.

Es decir, en este modelo, los patrones pueden ejercer plenamente su libertad para invertir, fijar salarios y contratar, mientras que los trabajadores también tienen la entera libertad de emplearse con quien mejor les plazca. Sobra decir que el paradigma no admite ninguna interferencia legal o institucional, excepto la de un Estado fuerte apto para proteger al mercado y el derecho de propiedad.

Respecto a este último aserto, a diferencia de quienes afirman que el neoliberalismo busca la desaparición total del Estado, el pensador mexicano Fernando Escalante Gonzalbo, sostiene que el sistema aludido “necesita más Estado, un Estado más atractivo, capaz de contener los intentos de la sociedad de sujetar, controlar o regular el mercado, es decir que no preste su autoridad para interferir con el mecanismo de precios”. En otras palabras, el éxito del programa e ideología neoliberal, requiere un Estado guardián de la propiedad privada y la libertad individual.

Una lectura cuidadosa del apartado precedente nos permite, además, aseverar sin vacilación que La libertad de elegir es el sustento teórico de la embestida antisindical puesta en marcha con mayor ferocidad a partir de la época de los gobiernos emanados de la derecha más conservadora del Reino Unido (Thatcher) y Estados Unidos (Reagan), de la cual dan testimonio tres excelentes textos: Chavs. La demonización de la clase obrera y El Establishment. La casta al desnudo, de Owen Jones; y, ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, de Frank Thomas.

La tesis sobre la libertad sindical, que junto con la libertad de asociación y de negociación colectiva se popularizó (1995 y 1998) en todo el mundo como derecho fundamental de la mano de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de académicos e instituciones universitarias; en realidad tiene su origen en la doctrina friedmaniana, para la cual así como los empresarios pueden escoger libremente con quién quieren hacer negocios, los trabajadores también pueden elegir con base en su albedrío a quién venden su fuerza de trabajo o si se adhieren o no a un sindicato.

Por supuesto, personalmente estoy convencido de que un requisito esencial de la democratización de las relaciones laborales y del propio sistema político, es el derecho del trabajador a hacer valer su autonomía para decidir si se afilia o no a un sindicato. No obstante, cuestiono la utilización de este principio como un instrumento para dinamitar la fuerza de las organizaciones sindicales, restringir o derogar los beneficios sociales y los derechos colectivos, individualizar las relaciones de trabajo, despejar el camino al fundamentalismo de mercado y dejar al arbitrio del empresario o del Estado guardián el establecimiento de las normas laborales.

Como se ha expuesto, el ideal de Friedman es un mundo regido por “un sistema de libre mercado” que “distribuye los frutos del progreso económico entre todos los ciudadanos” y ha sido el motor “… de la enorme mejora de las condiciones de la clase trabajadora a lo largo de los dos últimos siglos”. En este proceso, la ayuda de los sindicatos ha sido prácticamente nula o se ha limitado a beneficiar a una minoría privilegiada: a sus dirigentes y asociados.

Otras reflexiones relevantes del ideólogo neoliberal son:

  • Los sindicatos entienden claramente que la manera más segura para adquirir o acumular poder es tener al Estado de su lado y buscar el control de los espacios claves de decisión, pues ello les permite influir en la promulgación de leyes y la aplicación de políticas favorables a sus intereses, sin importar los perjuicios causados al resto de la población. Esto no descarta la utilización de la violencia, de la amenaza, del dinero y de la acción política.

El resultado fue, como ocurrió en el ámbito de la salud, la educación, la administración, el transporte público, la industria de la aviación y la construcción de EEUU, que el Estado generara infinidad de leyes destinadas a proteger a un número reducido de trabajadores (salario mínimo, jornada laboral, límites de edad, prestaciones, etc.).

Friedman ilustra su afirmación de la siguiente manera: las leyes relativas a los salarios mínimos se defienden “como un medio para ayudar a las personas con ingresos bajos”, pero en la práctica “perjudican a estos sectores de la población”. La realidad es que quienes presionan y testifican ante el Congreso (se refiere al de EEUU): “No son los representantes de los pobres. En su mayor parte son delegados de las organizaciones laborales de la AFL-CIO (…) y de otras organizaciones sindicales. Ningún miembro de estas asociaciones trabaja por un salario situado cerca del mínimo.  A pesar de toda la retórica que despliegan relativa a la ayuda a los pobres, están a favor de un salario mínimo cada vez más alto como un medio para proteger de la competencia a sus afiliados”.

  • El Estado se ha vuelto experto en proteger a los trabajadores de la administración pública, quienes tienen “enormes” sueldos y prestaciones a expensas del erario público, “gozan de garantías en grado increíble” y, al amparo de una gran cantidad de normas indulgentes y trabas burocráticas, se pueden dar el lujo de ser ineficientes sin pagar las consecuencias de su negligencia con sanciones y despidos. El compromiso de éstos con la calidad de los servicios públicos es casi nulo a pesar de que: sus “altas” percepciones las obtienen a costa de los contribuyentes; su mal desempeño afecta a la sociedad, y su estabilidad en el empleo perjudica a otras personas dispuestas a hacer un trabajo mejor y más barato.

Sobre estas bases, entre otras, construye su oposición al Estado “Benefactor” e “Interventor”, y enfatiza su fervor hacia un mercado libre en el cual todo el mundo se beneficia. En consecuencia propone eliminar las restricciones estatales en la esfera laboral y replegar al gobierno del quehacer público, a fin de crear condiciones propicias para la inversión en negocios competitivos, la participación privada en todos los campos, el impulso de la innovación y el fomento de lo que hoy se denomina “emprendedurismo”.

  • La eliminación del monopolio del Estado y la instauración de la competencia en diversas áreas estratégicas del desarrollo controladas por éste, son otras medidas sugeridas por el matrimonio Friedman.

Esta prescripción la plantea a través de una pregunta y una respuesta aparentemente ingenuas: “¿Por qué disponemos de un mal servicio postal, o de un servicio de trenes de largo recorrido deficiente, o de malas escuelas? La razón es que en cada uno de estos casos existe esencialmente sólo un sitio en el que podemos conseguir el servicio”. (6175)

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