La piel del camaleón

¿Llegaremos tarde a la cita con la Revolución 4.0?

El pasado lunes 4 de junio, maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) convulsionaron el tráfico en la Ciudad de México, en reclamo de una exigencia que parece ya vieja y que, de acuerdo con el resultado de la elección por la Presidencia de la República, estarían a punto de alcanzar: la derogación de la reforma educativa.

Si bien es cierto tienen razón en su afirmación que la Ley del Servicio Profesional Docente, al contemplar la terminación de la relación laboral en caso de tres faltas en un mes, representó en realidad una reforma laboral, hay que detenernos en el hecho que desde su creación, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), no tuvo la visión de firmar condiciones generales de trabajo—equivalentes al contrato colectivo en el sector privado—.

Ni siquiera el cacicazgo político de Elba Esther Gordillo tuvo la sensibilidad para luchar por un documento básico que diera seguridad y certeza jurídica a un millón 200 mil trabajadores de la educación en todo el país. Sindicatos de otras dependencias públicas han logrado, mediante la negociación en la revisión de sus condiciones laborales, que sus agremiados puedan faltar hasta seis días al mes, sin que se les levanten actas administrativas, requisito sine qua non para demandar la terminación de la relación laboral.

Durante décadas, en el magisterio se aplicó la costumbre. Sólo que la costumbre si bien es fuente de derecho, no es derecho, por lo que en caso de controversia no tiene la fuerza para formar convicción y por tanto es relativa. Si la maestra Gordillo se lo hubiese propuesto, con relativa facilidad pudo obligar a la Secretaria de Educación Pública a firmar las condiciones laborales; optó por hacerse del control de la Lotería Nacional, ISSSTE y una subsecretaría en la SEP.

En febrero de 2013, unas semanas después de iniciado el gobierno de Enrique Peña Nieto, la presidenta del SNTE fue encarcelada, acusada de evasión fiscal y de delincuencia organizada. Los motivos reales, se ha escrito mucho, fue su oposición que en la reforma educativa incluyera la obligación que los maestros fuesen evaluados.

La CNTE —integrada por la disidencia magisterial— y el entorno de la maestra Gordillo —su nieto René Fujiwara, su yerno Fernando González y Rafael Ochoa, ex secretario general del SNTE—, coinciden en la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador, quien ha ofrecido públicamente derogar la reforma educativa en caso de ganar las elecciones, como vaticinan las encuestas, ocurrirá.

Mientras los mexicanos estamos enfrascados en la discusión en torno a la permanencia o no de la reforma educativa, Estados Unidos, China, Europa y muchos países —incluida Eslovenia de sólo dos millones de habitantes— tienen entre sus prioridades la revolución industrial o Revolución 4.0.

Sólo China anualmente instala unos 70 mil robots, cifra que supera con creces a toda Europa. Hace dos años, la firma china Foxconn —proveedora de Apple y Samsung— sustituyó a 60 mil trabajadores por robots.

De acuerdo con estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) —de la que México forma parte—, en los próximos años más de 60 millones de trabajadores pudieran ser reemplazados por robots. El periódico español El País publicó, el pasado 29 de mayo una foto impresionante de robots realizando trabajos de soldadura en una planta de Volkswagen en Emden (Alemania).

Parece claro que, nuevamente llegaremos tarde a la cita con la historia: a lo largo de las campañas por la Presidencia de la República, ninguno de los cuatro candidatos, ni Andrés Manuel Lopez Obrador, ni José Antonio Meade, ni Ricardo Anaya, ni Jaime Rodriguez, se interesaron por poner en el debate la forma en que enfrentarían la gig economy en la que prevalecerán los autoempleados o trabajadores contingentes.

La Revolución 4.0 parece no existir para los mexicanos, pese a que ya nos son cotidianas las redes sociales, el internet de las cosas y operaciones bancarias por telefonía celular, para citar las más comunes. Lo que va del año hemos estado inmersos en los antiAMLO y los AMLOvers, cuando debiésemos prestar atención a un tema que pegará de lleno a las generaciones jóvenes de trabajadores.

Ni siquiera los sindicatos parecen interesarse en explorar las nuevas formas de organización —la excepción, hasta ahora, que conozco, la representa el STUNAM que convocará a un foro de análisis—. Desconozco si esa apatía es consecuencia que los líderes están más interesados en mantener sus canonjías o consecuencia de la debilidad que las políticas de persecución a las que desde hace años están sometidos.

La robotización no es un tema nuevo: desde hace más de treinta años diversos autores internacionales alertaron de los riesgos que corre el trabajo tal y como lo conocemos en la actualidad: sin salario fijo, sin estabilidad, sin prestaciones económicas y con la exigencia de una preparación continua para mantenerse en el mercado y con posibilidades de sobrevivencia.

Ni siquiera reparamos en un tema de suyo interesante en el que Bill Gates ya adoptó una posición: aplicar impuestos a la robotización para permitirles a los países contar con recursos económicos para financiar el desempleo que generará.

Sigamos, mientras tanto, la discusión sobre la permanencia o derogación de la reforma educativa, y la alianza de la CNTE y la maestra Gordillo con uno de los candidatos a la Presidencia de la República, así lleguemos tarde a la cita con la historia de la Revolución 4.0

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