Sindicatos y más

Teoría marxista-leninista, los trabajadores, los sindicatos y la lucha de clases

Parte I

Precisiones

Cuando decidí escribir el ensayo, ¿Crisis o renovación del sindicalismo? Un repaso por las teorías y opciones estratégicas, eludí incluir al pensamiento marxista-leninista porque un estudio poco exhaustivo entraña el riesgo de prescindir de planteamientos sustantivos de Carlos Marx (1818-1883), que directa o indirectamente se relacionan con la evolución de las batallas de los asalariados por su emancipación, como las teorías o leyes sobre: acumulación de capital, plusvalía (absoluta y relativa), tiempo de trabajo (socialmente necesario y adicional), productividad, trabajo calificado y simple, salario en el capitalismo (“expresión monetaria del valor de la fuerza de trabajo”), rol de la clase obrera en la “revolución proletaria” y la sociedad socialista.

Implica, igualmente, omitir el intenso debate protagonizado por Marx con pensadores y luchadores emblemáticos del anarquismo (Pierre-Joseph Proudhon, 1809-1865, y Miguel Bakunin, 1814-1876), y del socialismo (Ferdinand Lassalle, 1825-1864), en torno a la explotación del trabajo, el movimiento obrero, el anarcosindicalismo, la propiedad, las clases sociales, la filosofía, la independencia de los proletarios, etc.; o dejar al margen las penetrantes polémicas de Vladimir Illich Ulianov –Lenin– (1870-1924), con revolucionarios e intelectuales de la talla de León Trotsky (1877-1940), Nicolai Bujarin (1888-1938) o Rosa Luxemburgo (1870-1919), por mencionar algunos, sobre el proletariado, el liderazgo de los trabajadores, la huelga de masas, los sindicatos, la revolución socialista, etcétera.

Por si fuera poco, también esquivaría la complejidad, amplitud y profundidad de las concepciones de Marx y Lenin respecto a la división social del trabajo, la historia del movimiento obrero internacional, la importancia de la lucha de clases, la función de los sindicatos, la centralidad de la clase obrera en la embestida contra el capitalismo, la transición al socialismo y la instauración del comunismo.

Y, se exceptuaría la riqueza de la polémica protagonizada por los partidarios, ideológicos y políticos del marxismo-leninismo[1], convencidos de la vigencia de la doctrina original de Marx; y sus detractores de izquierda y derecha, quienes se dieron a la tarea de argumentar que el supuesto “fracaso” de las tesis clásicas acerca de que el proletariado es el único sujeto revolucionario capaz de unirse y encabezar la revolución socialista,… de la inevitable polarización de la sociedad con un proletariado empobrecido, crecientemente numeroso y determinante en el proceso de producción, enfrentado a la burguesía,… la ineluctable caída del modo de producción capitalista,… eran pruebas irrefutables del colapso teórico y práctico del marxismo-leninismo.

No obstante, consciente de que algún erudito o un analista acucioso pueda calificar este escrito como una caricatura, estoy persuadido de que nada justifica privar a los lectores del conocimiento, aunque sea conciso, de las investigaciones más notables de los procesos socioeconómicos y políticos que se suscitaron en los países más industrializados de los siglos XVIII, XIX y XX.

De la misma forma, tampoco es tolerable pretender borrar de la memoria de la sociedad una de las teorías más influyentes que alentó vigorosamente la organización y movilización de los trabajadores orientadas a: suprimir las leyes que prohibían las coaliciones; combatir los actos autoritarios que obligaban a los nacientes sindicatos permanecer en la clandestinidad; conquistar crecientes derechos (jornada laboral, salarios, prestaciones sociales, asociación y huelga, etc.); fundar movimientos revolucionarios cuyo propósito sería instaurar un sistema “superior” al modo de producción capitalista; y, construir partidos socialdemócratas o comunistas, que encabezaran la “revolución proletaria” y la instauración de “una sociedad sin clases”.

En este contexto, es conveniente subrayar que los creadores de los conceptos conocidos como materialismo histórico y dialéctico, sustentaron sus tesis en la aguda observación de las etapas germinales del capitalismo y del movimiento obrero en Inglaterra, Alemania, Italia y Francia, principalmente; mientras que el líder de los bolcheviques (guiado por la filosofía marxista) tuvo su teatro de operaciones en la Rusia zarista (con un sistema de gobierno absolutista y con una economía basada en el sector agrícola), en un periodo incipiente del capitalismo y los gremios.

Con base en las advertencias apuntadas, procedo a realizar un espinoso examen y una síntesis de los legados esenciales del marxismo-leninismo. Empezaré con el bosquejo de algunas ideas esenciales de Marx y Engels, y concluiré con una selección de las reflexiones de Lenin. Para ello, recurro a un pequeño número de sus obras más trascendentes.

El marxismo, los trabajadores, los sindicatos y la lucha de clases

Marx inició su teorización y praxis políticas cuando la importancia de la clase obrera apenas brotaba (por lo tanto carecía de una ideología definida) y la organización de los trabajadores en Francia adoptaba la forma de mutualidades y en Inglaterra los sindicatos (aún en estado embrionario) protagonizaban las primeras huelgas enarbolando reivindicaciones económicas, sociales y laborales. Y, continuó desplegando su análisis y participación directa en un momento en que el crecimiento numérico, la concentración y la acción de los asalariados mostraba una tendencia ascendente.

Reiterado lo anterior, es necesario tener en cuenta que en los juicios de Marx en torno a los trabajadores, los sindicatos y la lucha de clases, se pueden distinguir dos momentos visiblemente diferentes, que una corriente sociológica nombra “interpretación pesimista” y “tradición optimista”.

Conforme a la primera, Marx fue un implacable crítico de las formas antiguas de organización y de demandas de los trabajadores. Originalmente, por ejemplo, advirtió que los alcances de los sindicatos eran muy limitados debido a que: únicamente abanderaban las demandas económicas de sus miembros; en periodos de auge o crisis de la producción industrial, eran instrumentos útiles a los patrones para contener o avalar la baja de los salarios; y, por lo mismo, no representaban ninguna amenaza a la estabilidad del orden capitalista.

Una revisión de la correspondencia que Marx sostuvo con Engels y con otros líderes e intelectuales políticos, o del libro “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, permite desprender la visión marxista, según la cual los sindicatos no eran expresiones fieles de toda la clase obrera sino más bien personificaban a “una minoría aristocrática” de “obreros privilegiados”; se caracterizaban por sus posiciones y acciones conservadoras; carecían de una actitud revolucionaria y, por si algo faltara, muchos sindicatos estaban en las manos de dirigentes corruptos.

Este juicio radical, puede percibirse en el siguiente planteamiento:

“El proletariado inglés se está aburguesando cada vez más, de modo que esta nación, la más burguesa de las naciones, aspira aparentemente a llegar a tener una aristocracia burguesa y un proletariado burgués además de una burguesía”.

Asimismo, con base en el análisis del comportamiento de las cúpulas sindicales en las elecciones generales de 1868, denunció que: “La dirección de la clase obrera inglesa había pasado completamente a manos de los corrompidos dirigentes sindicales y agitadores profesionales… Parece ser una ley del movimiento proletario en todas partes que un sector de los líderes de los obreros lleguen a desmoralizarse”.

Sin embargo, en otros manuscritos, articuló una perspectiva optimista y positiva sobre la peculiaridad subversiva de estos actores. Según esta disquisición, los sindicatos eran colectividades imprescindibles para acabar con la dispersión, la competencia individual y la despolitización de los obreros; aglutinar, cohesionar, educar y solidarizar a los asalariados, lo cual permitiría convertir a la clase obrera en una fuerza independiente, capaz de evolucionar de una clase “en sí” a una clase “para sí”, dispuesta dirigir una revolución social encaminada a transformar desde sus raíces al régimen capitalista.

Al respecto, en la Miseria de la filosofía (1847), Marx sostuvo: “La gran industria aglomera en un lugar una masa de gentes desconocidas entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero el sostenimiento del salario, interés común que tienen contra el patrono, les une en una misma idea de resistir…”.

En seguida, agregó: “En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa… en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero no todavía para sí misma. En la lucha,… esta masa se reúne, constituyéndose en una clase para sí misma. Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase”.

Posteriormente, a propuesta de Marx, en la primera parte de la resolución adoptada por el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT)[2] o I Internacional Obrera (Ginebra, 1866), denominada “El pasado, el presente y futuro de los sindicatos”, quedó escrito lo siguiente:

“El capital es poder social concentrado, mientras que el obrero sólo dispone de su fuerza de trabajo. El contrato entre capital y trabajo no puede, pues, descansar nunca en justas condiciones, ni aun en el sentido de la justicia de una sociedad que pone la posesión de los medios materiales de vida y de producción de un lado, y la fuerza productiva viviente en el opuesto.

“Del lado del obrero, su única fuerza social es su masa. Pero la fuerza de la masa se rompe por la desunión. La división de los obreros es el producto y el resultado de la inevitable competencia entre ellos mismos. Los sindicatos nacen precisamente del espontáneo impulso de los obreros a eliminar, o por lo menos a reducir, esta competencia, a fin de conseguir en los contratos condiciones que les coloquen al menos en situación superior a la de los simples esclavos.

“El fin inmediato de los sindicatos se concreta, pues, en las exigencias del día, en los medios de resistencia contra los incesantes ataques del capital: en una palabra, en la cuestión del salario y de la jomada. Esta actividad no sólo está justificada, sino que es necesaria. No se les puede privar de ella en tanto que perdure el modo actual de producción. Al contrario, es necesario generalizarla, fundando y organizando sindicatos en todos los países.

“Por otra parte, los sindicatos, sin que sean conscientes de ello, han llegado a ser el eje de la organización de la clase obrera, como las municipalidades y las parroquias medievales lo fueron para la burguesía. Si los sindicatos son indispensables para la guerra de guerrillas cotidiana entre el capital y el trabajo, son todavía importantes como medio organizado para la abolición del sistema mismo del trabajo asalariado.”

En la segunda parte de la resolución mencionada, titulada “Su presente”, se lee:

“Hasta ahora, los sindicatos han atendido… exclusivamente las luchas locales e inmediatas contra el capital. Todavía no han comprendido del todo su fuerza para atacar el sistema de esclavitud del asalariado y el modo de producción actual. Se han mantenido por lo mismo demasiado alejados de los movimientos generales sociales y políticos. Sin embargo, en los últimos tiempos, parecen haber despertado en cierta medida a la conciencia de su gran tarea histórica, como se puede deducir, por ejemplo, de su participación en los movimientos políticos recientes de Inglaterra, de una más alta concepción de su función en los Estados Unidos”.

Más adelante, el resolutivo, consignó:

“Esta Conferencia estima en todo su valor los esfuerzos de la Asociación Internacional para unir a los obreros de todos los países en una unión fraternal común, y recomienda con todo interés a las diferentes organizaciones representadas en la Conferencia que se hagan miembros de la Asociación, en la convicción de que ésta es necesaria para el progreso y bienestar de todo el proletariado.”

Como se puede colegir de lo anterior, en una aproximación inicial al estudio de los sindicatos Marx fustigó el corporativismo y la espontaneidad de éstos, y criticó severamente su función economicista y reivindicativa. También divisó y reprochó el aburguesamiento de la clase obrera, la corrupción de ciertos liderazgos sindicales y el aislamiento de las organizaciones sindicales del conjunto del movimiento social y político que pugnaba contra el capitalismo. No obstante, con base en la experiencia y los avances de la AIT, sistemáticamente les fue reconociendo importancia política como actores fundamentales en la organización de los obreros para la supresión del sistema de trabajo asalariado y, ulteriormente, la instauración de “una sociedad sin clases”.

De esta manera, según la concepción marxista, si bien la lucha por una jornada laboral de ocho horas constituía un paso significativo en la politización de la clase obrera, es indispensable tener en cuenta que era solo “una condición previa sin la cual todas las demás aspiraciones de emancipación sufrirán inevitablemente un fracaso…”. Además, fue categórico en la premisa de que la institucionalización de una jornada de trabajo claramente delimitada, sería el corolario de una “guerra civil prolongada y más o menos encubierta, entre la clase capitalista y la clase obrera”. Junto a ello, esta escuela arguyó que los sindicatos no podían ser, de ningún modo, estructuras apolíticas y neutrales.

Vale la pena remarcar que aún cuando la organización colectiva del proletariado vivía en su fase germinal, Marx no le hizo ninguna concesión política, emplazándola a asumir su “misión histórica”: enfrentar a la burguesía y al capital; asumir en toda su extensión los problemas generales de clase y jugar un papel protagónico en la transformación el modo de producción dominante.

Al respecto, el documento aludido, dice:

“Aparte de sus fines primitivos, los sindicatos deben aprender a actuar ahora de modo más consciente como ejes de la organización de la clase obrera, por el interés superior de su emancipación total. Deberán apoyar todo movimiento político o social que se encamine directamente a este fin. En tanto que se consideran a sí mismos como vanguardia y representación de toda la clase obrera, y puesto que obran de acuerdo con esta significación, deben conseguir atraerse a los que están fuera de los sindicatos. Deben ocuparse cuidadosamente de los intereses de las capas trabajadoras peor pagadas, por ejemplo, de los obreros agrícolas, a quienes circunstancias especialmente desfavorables han privado de su fuerza de resistencia. Deben llevar a todo el mundo a la convicción de que sus esfuerzos, lejos de ser egoístas y ambiciosos, han de tener más bien por fin la emancipación de las masas oprimidas.”

[1] Para evitar confusiones y posibles controversias por no aludir a los seguidores de este paradigma, en este documento se entiende por marxismo-leninismo, la doctrina y teoría filosófica, económica, social y política ideada por Karl Marx y Friedrich Engels, y Vladimir Ilich Lenin, quienes no sólo destacaron por ser influyentes científicos sociales, filósofos o historiadores, sino congruentes con su ideal de lograr la liberación humana de la “explotación y opresión” del régimen capitalista, sobresalieron por su práctica política, como estrategas y líderes políticos, por ejemplo, de la Asociación Internacional de Trabajadores y del movimiento comunista, en diferentes fases.

[2] Fundada el 28 de septiembre de 1864, en una asamblea celebrada en Saint Martin´s Hall de Long Acre, Londres.

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